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El pasado 27 de mayo fallecía en la Abadía de Sta. Mª de Oseira el P. Damián Yáñez Neira.
Pronto empezaron los periódicos gallegos a comunicar su muerte. Eesperamos que las colaboraciones en diversos medios sigan aumentando y poniendo de manifiesto su vida y su obra.
En esta breve nota me voy a limitar a unas sencillas impresiones sobre el que ha sido para mí un entrañable hermano, amigo y maestro.
Varios días antes de su muerte se me presentó una ocasión providencial, en el más estricto sentido de la palabra en lo que se refiere a Providencia, para poder hacerle una visita, que yo intuía iba a ser la última y que él me había pedido con interés durante los últimos meses, dado que nos comunicábamos con relativa frecuencia por cuestiones del “Diccionario de Escritores Cistercienses Españoles”,
publicado en Cistercium y en el que él tanto colaboró.
Cuando llegué a Oseira estuve un rato con él antes de Completas. Lo encontré lúcido, aunque muy débil. En presencia de otros monjes comenté mi primer encuentro con él, cuando yo tenía 14 años. Fue en Arévalo (Ávila) donde él desempeñaba las funciones de capellán de monjas en Santa María la Real. Yo había ido a esa villa para jugar un partido de futbol entre colegios, el mío de Ávila y otro de
Arévalo. Nos hospedamos en el monasterio cisterciense y, por la tarde, él asistió al partido en cuestión. Lo saludé y charlé con él, pues también nos acompañaba el P. Benito (Alfonso) Lluch, capellán también en el monasterio de Santa Ana, de Ávila, y más tarde abad de Viaceli. A ninguno de los tres se nos pasó por la cabeza lo que el destino tenía preparado para nosotros. Ni yo pensaba en ser monje por entonces ni el P. Damián se podía imaginar que estaba ante un futuro Director de Cistercium. Por eso hablo de Providencia.

El P. Damián, al acabar yo el relato de los incidentes del partido de futbol (nos ganaron 8 a 1 los de Arévalo, porque eran muy superiores en años a nosotros, y el P. Damián nos defendió en tan dispar situación), la impresión que me causó el monasterio, la amabilidad de la abadesa, M. Pilar, y de las monjas, dijo sonriendo “que certificaba lo dicho”. Todos reímos y celebramos su buena memoria, una de las
características más destacadas de este monje de 98 años.

Con el tiempo yo ingresé en la abadía de Viaceli, y muy pronto entré en contacto con él, pues el P. Damián se encontraba por los años de mi noviciado en plena “producción” y sus artículos aparecían frecuentemente en Cistercium. Siempre encontré en él un hermano disponible, lleno de entusiasmo por transmitir lo que sabía, generoso hasta el límite en facilitar el fruto de sus investigaciones. Tenía un entusiasmo contagioso, para quienes deseasen contagiarse, por los estudios sobre el Císter en cualquiera de sus facetas.

Creo que es el último testigo de una generación de monjes españoles cultos y escritores formados a sí mismos en el monasterio a base de esfuerzo, constancia y amor a las letras, al patrimonio cisterciense y a la historia de los monasterios. Varios son los nombres que acuden ahora a mi memoria. Pero ya habrá tiempo de glosar este tema.

Con el tiempo fui aprovechándome de las enseñanzas del P. Damián, recorriendo su extensa bibliografía, colaborando con él y, finalmente, emprendiendo la obra antes citada, el “Diccionario de Escritores Cistercienses Españoles”. Los últimos años, han sido tiempo de amistad sincera, de anécdotas innumerables, de un “sufrir” constantemente el entusiasmo desbordante del P. Damián, sus “prisas” por publicar, sus “temores” frente a su legado histórico (conservado mayormente en el archivo monástico de Oseira). Lo visité varias veces en su monasterio, y siempre era para mí un motivo de nuevo entusiasmo y enriquecimiento, el inicio de nuevos proyectos, la ilusión de encontrar nuevos colaboradores. Desbordante, el P. Damián era desbordante en cuanto a ilusión, entusiasmo, proyectos, ganas de vivir para dar lo mejor de sí mismo. Apenas he encontrado monjes así y, lo más importante, que no hayan decaído en este entusiasmo con los años, conservándolo hasta la hora de su muerte.

Nunca vi al P. Damián desanimado, nunca responsabilizó a nada ni a nadie de “no poder hacer”, aunque sí era crítico ante algunas situaciones; pero nunca cayó en la amargura. No se dejaba influir por situaciones difíciles o adversas, nunca cejaba en su empeño y defendía con cierta santa tozudez sus proyectos. So rodeo de buenos y grandes amigos, a todos abría su corazón y su espíritu con el más grande desinterés y siempre respetuosa amistad. Nunca buscó un protagonismo vanidoso ni cayo en el orgullo intelectual de creerse imprescindible. En todo y para todos tenía y ofrecía un aura de ingenuidad, nada infantil, propia de la persona que ha asimilado en su corazón la “humildad” benedictina.
Quisiera, aventurándome, resumir en tres puntos el “legado” de este monje y hermano, a fin de que siga vivo entre nosotros por lo que fue y por lo que hizo.

1. Como dije, el P. Damián se formó a sí mismo en su monasterio. Echando siempre mano de las fuentes de estudio más inmediatas. Buscando tenazmente y consiguiendo lo que le hacía falta, incrementando continuamente los fondos de las bibliotecas de los monasterios donde vivió. No tuvo una formación metodológica científica; pero se dejó guiar por grandes maestros y amigos.
Aprovechó al máximo sus recursos. Realizó una gran tarea de asistencia espiritual a los monasterios femeninos cistercienses de toda España y, con ese motivo, aprovechaba el tiempo y los documentos que encontraba en los archivos de esos monasterios, para darlos a conocer. La historia de muchos monasterios de la hoy Congregación de San Bernardo y la vida de muchas de las monjas cistercienses que han vivido en ellos deben su existencia al empeño del P. Damián. Trabajaba con los medios que tenía a mano, aprovechaba el
tiempo al máximo, no desperdiciaba ocasión que se le presentara para sus incursiones históricas.

2. Su entusiasmo y afán de saber le llevaron a entrar en contacto con muchas personas que lo admiraron y consideraron como su maestro y mentor, especialmente jóvenes investigadores. Algunos de estos jóvenes desarrollaron posteriormente estudios, tesis y publicaciones en donde le recuerdan con gran afecto y veneración. De ello es un fiel testimonio los dos volúmenes de Cistercium que se le dedicaron cuando cumplió sus 80 años.. Era un hombre con gran capacidad de amistad y entrega sin límites. Un investigador nada
celoso de sus propios logros. Siempre leal. A partir de cumplir los mencionados 80 años decayó un tanto su actividad; pero nunca perdió la ilusión, el entusiasmo y las ganas de obtener fuentes y documentación. No tenía ya edad, ni fuerzas, para incorporarse a las nuevas corrientes de estudio; pero siempre estuvo abierto a los nuevos avances, y en la informática descubrió un medio excelente para “multiplicar” sus trabajos. Le entusiasmaba la posibilidad de “cortar y pegar”. Puedo dar testimonio de la riqueza de los archivos de su ordenador, del que se alejó por razones de vista hace unos años.

3. Finalmente, quisiera destacar una nota importante de su personalidad, procurando no caer en repeticiones. Y que sirviera de estímulo para los monjes y monjas más jóvenes de hoy. Dije que se había formado a sí mismo. En realidad tal formación tuvo como base un inmenso amor a su vocación cisterciense (que disfrutó enormemente hasta su muerte) y un entusiasmo sin par por el patrimonio cisterciense, especialmente el español. Demostró con su vida y obra que la constancia es uno de los instrumentos principales de la formación, y así aprovechó cada ocasión que se le presentaba para enriquecer su acervo cultural personal y comunitario. Conservó con cariño y mimo (y cierto desorden) todo lo que caís en sus manos. He sido testigo y he podido ver cientos de papeles almacenados a lo largo de años, la evolución de su letra, las cartas conservadas y las notas facilitadas por otros monjes investigadores.
Nunca consideró nada suyo como propio y exclusivo, y aunque en algunas ocasiones demostró un celo poco ortodoxo por adquirir para su monasterio fuentes y documentación, su afán no era otro que dar a conocer riquezas que, también en esas ocasiones, otros no apreciaban o no sabían conservar con el debido esmero.
Como he dicho, estas son solo unas breves notas a modo de homenaje personal. Desearía que otros ampliaran con estudios más interesantes los comentarios sobre su legado. El archivo monástico del P. Damián debe ser catalogado y debidamente ordenado. Es un deber de gratitud y una obligación moral de todo el Císter español. Debe realizarse un listado completo de su bibliografía. Deben ponerse de manifiesto las cualidades del trabajo histórico de este monje que, como hemos dicho, representa una generación de estudiosos que debe encontrar un nuevo relevo.
Desde aquí hacemos una llamada a la responsabilidad de todos los monasterios españoles para ofrecerle el homenaje merecido. Tengo firme esperanza en que todo esto llegará.
La muerte del P. Damián Yáñez no deja en absoluto un vacío, como suele decirse en estas ocasiones. Deja un testimonio de una vida plena y unificada, cimentada sobre los valores cistercienses más tradicionales. Una vida envidiable para quienes nos ha tocado vivir unos tiempos de enormes cambios, transiciones y metodologías nuevas.

Cuando me despedí de él lo encontré débil, pero con una enorme paz.

Entrecruzamos una mirada cómplice que significaba muchos años de trabajo en común, aventuras editoriales llenas de entusiasmos y dificultades. Sentí la responsabilidad de continuar su legado, de transmitir su entusiasmo, de desvelar un poco la vida de quien ha supuesto tanto para los estudios sobre el Císter en España, unos estudios que nunca acababan porque nunca acaba su deseo de saber y de comunicar.

Francisco Rafael de Pascual, ocso
Abadía de Viaceli.
Solemnidad de la Santísima Trinidad, 2015.

 

DAMIAN-YANEZ-NEIRA

 

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